Devocional Semanal

Cómo Dios nos Cambia

Cuando nos convertimos en creyentes, Dios comienza a hacer una obra en nosotros para hacernos más como Cristo.

on 22/01/2019

Así, todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu.

2 Corintios 3:18 (NVI)

Éste es el primer estudio de una serie de cómo Dios cambia actualmente a una persona una vez que se convierte en creyente.

La Biblia pinta una imagen asombrosa de qué realmente significa ser un cristiano. Nosotros somos personas que hemos llegado a una relación única con el Dios maravilloso del cielo, y ahora diariamente vivimos en Su gracia abundante. Esta relación nueva con Cristo también nos trae una influencia espiritual y poder que impacta nuestra vida.

El poder nuevo, que proviene de Dios, ayuda a guiar al creyente a un estilo de vida donde puede crecer espiritualmente. Esta nueva influencia en nuestras vidas garantiza que Dios siempre estará con nosotros para ayudarnos a crecer espiritualmente. 

Según vamos creciendo, aprendemos acerca de dos áreas importantes de nuestra vida; cómo combatir el pecado y cómo ser más como Cristo. Piense en ello como una manera de deshacerse de las cosas malas en nuestras vidas y reemplazarlas con cosas buenas. 

¿Cómo Dios ayuda a un creyente a crecer, y qué es esta nueva influencia y nuevo poder?

La parte más importante de este proceso es que el Espíritu Santo ahora vive en el creyente. Es como si nuestro corazón se convierte en Su hogar, por lo que Él siempre está ahí para ayudarnos a aprender y a crecer.

Cuando mis hijos crecían, mi esposa o yo siempre estábamos con ellos. Ellos nunca estaban solos, así podíamos darle la ayuda que ellos necesitaban. Les enseñamos en el hogar, y una de las ventajas de esto fue que no solo éramos sus maestros; éramos sus padres. Eso significó que nosotros nos preocupábamos más acerca de su crecimiento personal que cualquier otra persona. Como nosotros sabíamos más que nuestros hijos y nos preocupamos profundamente por ellos, fuimos capaces de realmente ayudarles.

Esto es exactamente lo que el Espíritu Santo hace por nosotros. Él no sólo es nuestro maestro espiritual, sino que también se preocupa por nosotros más de lo que nadie más podría hacerlo. Por lo tanto, todo lo que Él nos enseña siempre es algo que nos ayudará grandiosamente y fortalecerá nuestra vida.

¿Estaría mal si un creyente tratara de crecer por sí mismo(a)?

El problema que tenemos cuando recibimos a Cristo por primera vez como nuestro Señor y Salvador, es que la nueva vida espiritual que Dios nos ha dado es una vida completamente distinta a la que anteriormente vivíamos. De hecho, sería ingenuo pensar que al comienzo de nuestra experiencia como creyentes, podemos estar guiados por nuestra propia sabiduría o ideas de cómo vivir la vida cristiana. 

Sería similar a pensar que después que un bebé nace, le podríamos dejar en su cuna y de alguna manera él(ella) descubra la manera de cómo vivir por su propia cuenta. Esto nunca ocurriría, y por eso Dios le dió padres a los bebés para ayudarles, alimentarles y protegerles para que puedan crecer. Cuando los padres ayudan a sus hijos, ellos crecen física, emocional y mentalmente para convertirse en adultos maduros.

Esto es exactamente lo que el Espíritu Santo hace por nosotros. Él nos cuida, Él nos enseña, y Él nos ayuda a crecer espiritualmente.

¿Qué tipo de crecimiento estamos realmente tratando de lograr?

La respuesta es bastante simple e involucra dos áreas. La meta final es llegar a ser lo más parecidos a Jesucristo como sea posible. Esto es lo que más le place a nuestro Padre celestial, más que nada; cuando nuestra vida refleja a Su Hijo. Otras personas pueden ver cómo es Dios cuando vivimos nuestra vida en la manera que Cristo vivió Su vida. Un día Jesús le dijo a Sus discípulos que "¡Los que me han visto a mí han visto al Padre!" (Juan 14:9) Por lo que, mientras más alguien ve a Cristo en nuestra vida, más ellos conocerán cómo es Dios.

Sin embargo, esto nos lleva a la segunda área donde trabaja el Espíritu Santo; el pecado. Mientras más pecado hay en nuestra vida, menos verá la gente a Cristo, en nosotros. Piense en el pecado como algo muy malo y sucio. Nosotros nunca quisiéramos comer de un plato que esté cubierto de lodo y mugre. Si usted invitara a un amigo(a) a su casa y le piden un vaso de agua, dudo que se la tomaran si el vaso que usted le dé estuviese todo sucio con comida. De la misma manera, cuando las personas ven impurezas en nuestra vida, es difícil para ellos ver algún valor en ser creyentes.

Por eso, para que otras personas puedan ver a Cristo en nuestra vida, el Espíritu Santo, nos mostrará todos los pecados, todas las impurezas en nuestras vidas que impiden a las demás personas a verle a Él. Según vayamos aprendiendo más en esta serie, podremos ver cómo es que todo esto trabaja en nuestra propia vida. ¡Disfrute el camino!


Ore esta semana:

“Padre, ¿podrías ayudarme a ver y a librarme de todas las cosas malas en mi vida que no te honran para que todos vean a tu maravilloso Hijo en mi vida?”


¿Estaría dispuesto a hacer una lista de todas las diferentes cosas en su vida que usted sabe son malas y desagradables a Dios?

Haga clic AQUÍ para hablar con alguien al respecto.

¿Le gusta este contenido?

¿Le gustó lo que acaba de leer? Suscríbase para recibirlo en su buzón como un e-mail

Suscríbase