Devocional Semanal

Por qué la Oración es Tan Importante

Cinco razones por las cuáles la oración es la solución cuando la vida da un giro inesperado.

on 04/07/2017

El Señor está allí, para rescatar a todos los desalentados y que han renunciado a la esperanza.

Salmo 34:18

La noticia del doctor me devastó. Me retorcí en la silla.

“No hay nada que se pueda hacer para esta enfermedad de la retina,” me dijo, mientras terminaba de examinar mis ojos. “Nadie sabe cuánto tiempo le queda de visión. Necesita prepararse para lo inevitable”.

Él tenía razón. A pesar de mi búsqueda desenfrenada por una cura, unos cuantos meses más tarde me quedé ciega completamente. Horrorizada, ansiosa y desesperada, temblé ante la idea de que al quedarme sin visión, no sería capaz de cuidar de mis tres pequeños hijos. Durante la noche daba vueltas en la cama cuestionando a Dios.

¿Dónde estaba Él? ¿Por qué no escuchaba mis oraciones cuando rogaba por un milagro? La esperanza amenazaba con abandonarme.

Pero un día, Dios se presentó. Ese día, un amigo me invitó a una iglesia cristiana, y todo cambió. Mi visión no fue sanada, pero sí, mi corazón. Enfrenté mi necesidad de conocer a Cristo. Me di cuenta que el vacío que gobernaba mi vida, era porque me estaba enfocando en lo incorrecto cuando estaba orando. Yo había pedido más y más. Pero la oración necesitaba algo más, algo que hiciera nuestra comunicación poderosa. Y eso implicaba, escuchar.

Para mi alivio, luego de meses de empapar mi alma en Su Palabra, añadi “escuchar” a mi tiempo de oración. Y a través de esa relación de oración con Él, ÉL me reveló estas cinco promesas para calmar mi alma.

1. Él transformará.

Dios estaba por transformarme, cuando invité a Cristo a ser mi Señor de todo. Y por medio de Él, Dios me hizo justa. Él vio mis lágrimas, conocía mi desesperación, y escuchó mis súplicas. “Los ojos del Señor están sobre los que hacen lo bueno; sus oidos estan abiertos a sus gritos de auxilio”. (Salmo 34:15)

2. ÉL da seguridad.

Cuando la soledad trato de entrar, Dios me aseguró que no estaba sola. Su ejército de ángeles estaría conmigo, a mi lado y a mi alrededor. “Pues el Ángel del Señor es un guardián; rodea y defiende a los que le temen”. (Salmo 34:7)

3. Él fortalece.

En esos días, cuando me faltaba la fortaleza emocional para ser madre y esposa, la promesa de Dios de que Él iba a proveer, me calmó. “La riqueza y el honor solo vienen de ti, porque tú gobiernas todo. El poder y la fuerza está en tus manos, y según tu criterio la gente llega a ser poderosa y recibe fuerzas”. (1 Crónicas 29:12)

4. Él guarda.

Cuando estuve tentada a sucumbir bajo la ansiedad, la preocupación o el miedo, las instrucciones de Dios fueron claras y alentadoras. “No se preocupen por nada; en cambio, oren por todo. Díganle a Dios lo que necesitan y denle gracias por todo lo que Él ha hecho. Así experimentaran la paz de Dios, que supera todo lo que podemos entender. La paz de Dios cuidará su corazón y su mente mientras vivan en Cristo Jesús”. (Filipenses 4:6-7)

5. Él responde.

Cuando necesité consuelo para enfrentar una vida de ceguera, o en las cosas pequeñas como ordenar la ropa de mis hijos o encontrar transporte para la citas médicas, yo confié en Él. Yo creí en Él. Y estaba confiada en que Dios me ayudaría, porque… “Y estamos seguros de que Él no oye cada vez que le pedimos algo que le agrada, y como sabemos que Él nos oye cuando le hacemos nuestras peticiones, también sabemos que nos dará lo que pedimos”. (1 Juan 5: 14 -15)

La sanidad de Dios vino, no a través de la sanidad de mis ojos, sino a través de los ojos espirituales de mi corazón. Vi cómo la oración es una dulce conversación personal con Él. Es la conexión directa entre yo, un simple humano, con el divino Señor. Es el canal por el cual recibo todo lo que es bueno con el fin de traer paz a mis noches y disfrutar de mis días.


Ore esta semana:

Padre, yo te alabo porque escuchaste mis llantos en la noche. Viste mis luchas, ya que conoces mis deficiencias. Te alabo porque nuestra oración conversacional, me da la confianza para creer que no hay batalla que enfrente que Tú no ganes por mí. Y no hay lucha que pueda enfrentar en la cuál Tú no traigas victoria. En el nombre de Jesús. Amén.


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